Noreshi Towai

Algunas culturas del continente americano existen hoy día en un aislamiento total, desconocedores de la diversidad cultural del hemisferio y de los mitos comúnmente compartidos. Decidí estudiar América del Norte, Central y Sur, empleando el video para desarrollar una perspectiva globalizadora entre sus habitantes, especialmente entre los indígenas, para reforzar la riqueza de sus lazos tribales; testimonio grabado en video que se extendiera desde Alaska a Tierra del Fuego -una especie de espacio envolvente que evoluciona en el tiempo reproduciendo una cultura en el contexto de otra, la cultura misma en su propio contexto, y finalmente la edición de todas la interacciones de
tiempo, espacio y contexto en una obra de arte.
Desde el 1972, he venido dirigiendo expediciones culturales a Bolivia, Chile, Guatemala, México, Nicaragua, Perú, con un equipo portátil de media pulgada. En el 1976, becado por la fundación Guggenheim, fui a Venezuela a vivir y trabajar con tribus indígenas del Alto Orinoco. Desde Agosto hasta Octubre de 1976 viví con los Guahibos y desde Noviembre hasta Mayo del 1977, con los Yanomami. Durante este período también realicé dibujos basados en mis meditaciones diarias y en la cosmología de esos nativos. Aquí el arte es un documento de un proceso, y no la manipulación de materiales pasivos. El rol del artista es entendido como comunicador cultural.

¡Es hora de iniciar una nueva estética!

Entre los Yanomami, el cine, la fotografía y (desde mi estancia en su territorio) el video, se denomina noreshi towai, término que literalmente, significa, “tomar el doble de una persona”. Por esta razón los Yanomami se asustan un poco con las cámaras de los blancos. El noreshi es la sombra o el doble de una persona, y forma parte integral del espíritu. Ni siquiera los propios Yanomami saben con certeza cual es la razón del término noreshi towai mediante el cual le atribuyen semejante poder a las cámaras. No obstante se deleitan con buenos documentales de su propia cultura y escuchando grabaciones de sus propios chamanes. En más de una ocasión he debatido con ellos sobre la absurda relación entre el noreshi y la fotografía. La única razón que parece persistir para su resistencia a la cámara es la de no querer, en un futuro posible, entristecer a sus descendientes al enfrentarles a la imagen de una persona muerta. Así, la cámara sólo representará más allá de la muerte y aún y así, con mucho, el provocar pena a sus parientes. La imagen fotográfica, filmada o impresa no ofende a los Yanomami, salvo en esa relación con la muerte. (Consciente del riesgo de perder una imagen por la destrucción de ésta, debido a la furia salvaje de un pariente ultrajado tuve cuidado con que le mostraba a quien).

En Tayeri fui al shabono vacío (morada comunitaria circular) para grabar una cinta del edificio sin sus habitantes. (Toda la gente en Tayeri estaba viviendo temporalmente en la selva, recolectando frutas y quizás cazando). Un resplandeciente pauji * decidió acompañarme en mi ruta circular, divirtiéndome mientras seguía con la cámara su figura negra e iridiscente. Solo en la morada vacía, estaba grabando el caminar del pájaro, cuando Hebwe, un joven de 20 años irrumpió a través de una pequeña abertura en la base del techo, llamándome. Se mantuvo erguido mientras yo me acercaba enfocando la cámara sobre él. Con los ojos llenos de lágrimas, dijo: “Un niño ha muerto en la selva. Todos están tristes. Ahora regresan”. Se dio la vuelta y se fue. Entendí que me había invitado a seguirlo, y salí con mi equipo de video. Vi a los Yanomami regresando, y oí sus lamentaciones crecer dentro del techo circular. Sin la cámara volví al interior del shabono, donde preparaban una pira. Entonces empezaron los gestos funerarios y las danzas rituales de la madre y otras mujeres, lamento rítmico a modo de canción. El amarillento cuerpo sin vida de un niño, a medio tapar en un canasto, fue arrojado a las llamas por un pariente. Muchos hombres se unieron a las lamentaciones y rodearon el fuego, trayendo consigo arcos y flechas. Algunos chamanes, haciendo ademanes con brazos y manos extendidos, intentaban hacer salir el peligroso humo lejos del shabono.

Quería conseguir que mi equipo de video grabase tan hermoso rito, pero temí interrumpir de esta manera el dolor que parecía tan grande. ¿Pero de verdad había querido Hebewe que sacase el equipo de video del shabono, para permitir que la celebración de la cremación tuviese lugar en el interior?

Los Yanomami mostraron gran interés en todo tipo de grabaciones de imagen y sonido. Incansablemente (mucho más allá de mi propio interés y paciencia) observaban y escuchaban películas que tenía de ellos. Aquellos que aprendieron a manejar el equipo de video se enorgullecían y complacían en ello, y en general se dedicaban con entusiasmo a jugar con el video de circuito-cerrado, como si fuese un espejo reflejando ángulos y distancias variables. Desde que estaban seguros, de que no habría en el futuro imágenes que le causaran dolor a sus descendientes, la televisión en directo les facilitó una aproximación lúdica con la tecnología electrónica y cibernética. Pero además para esta cultura, cuyo valor mas elevado es la transición o el comportamiento, un juego emplazado tan singularmente en el presente como es el video de circuito-cerrado que no violaba sus prohibiciones rituales, afectaría las fibras mas íntimas de su temperamento e imaginación.

Una noche estábamos viendo un video sobre los Incas. Había muchos insectos; docenas de mosquitos volaban en el rayo de luz que emanaba del monitor o se posaban en la misma pantalla, oscureciendo imagen, ¡Al final los indígenas estaban comentando la gran cantidad de mosquitos que hay en Perú! Evidentemente, para ellos la totalidad del contenido luminoso que emigra de la tele, era parte integrante del video; en otras palabras, todo lo que pasaba dentro del cono azulado de la luz, podría ser considerado el tema de un video. O mejor aún para los observadores absortos en el programa, la circunstancia concomitantes, se convertían en elementos del contenido.

Los Yanomami no parecían distinguir entre el blanco y negro y color. Para ellos, ambas representaciones eran una reducción de la realidad igualmente válida o inválida. Solamente para nuestros ojos occidentales que han sido testigos del desarrollo de la fotografía, del cine, de la televisión y de su supuesto progreso desde el blanco y negro hasta el color, es preferible uno u otro sistema. Para los indígenas, ambos son noreshi towai, o el tomar la sombra o el doble de una persona, pero nunca es la persona misma. Tanto el blanco y el negro como el color son abstracciones igualmente apartadas de la realidad.

En diversas ocasiones, dos jóvenes chamanes se preparan por separado, para conversar con sus espíritus, habiendo acordado que yo grabaría un video durante la sesión religiosa. En ambas ocasiones tomaron drogas y convocaron a los espíritus; pero en el momento de empezar el canto, falló la voz. ¡Los dos tenían miedo de la cámara! Lo mismo puede afirmarse de los chamanes mas experimentados, cuyos cantos y movimientos corporales, son menos bellos cuando una cámara esta presente. No obstante las grabadoras de sonido no les molestan, ya que siente que son incapaces de atrapar una mínima parte del espíritu de la persona.

Para grabar los sonidos de la jungla durante la noche, coloqué el grabador de audio fuera de mi choza. Antes del amanecer me levanté y le di vuelta a la cinta y dejé que siguiese grabando mientras volvía a la cama. Por la mañana tuve por resultado una hora y media de sonidos naturales en la oscuridad. Escuchándolos con prisas, noté que los dos
momentos cuando había estado programando la grabadora (las diez de la noche y las tres de la madrugada aproximadamente) se caracterizaba por el bajo volumen de los cantos de los animales, y pensé que debí haber grabado al anochecer, o bien, al amanecer, cuando los pájaros rompían a cantar, más tarde una audición mas atenta reveló, que las cintas contenían varias sorpresas más: también habían registrado el sonido que se me acercó a mi esa noche mientras dormía, más de una vez el sonido de sus pasos se distinguía claramente, merodeando alrededor de la puerta cerrada tras la cual yo dormía sin darme cuenta de la presencia de ese Yanomami en vigilia. ¿Por qué me espiaba mientras yo dormía? ¿Quién, qué indígena, necesitaba oírme dormir?

En Bishaashi una vieja indígena, sordomuda me indicó con gestos que quería que grabase una cinta de sus cantos. Ella apenas era capaz de emitir suaves sonidos guturales. Con el micrófono muy cerca de su boca hacía ver –con mímica- que cantaba, mientra su garganta articulaba leves gruñidos, extraños aullidos. Esta cinta de canciones casi silenciosa es la favorita de muchos Yanomami. Algunos de los jóvenes de Bishiaashi venían con frecuencia a mi choza a escuchar de nuevo, burlonamente, la cinta de la muda que canta ¡extraño humor indígena!

El video, como proceso o como instrumento, impresiona a los Yanomami tanto como un motor fuera de borda, una escopeta o una linterna, desde el punto de vista de los indígenas la televisión no es más que otra cosa que crean los extranjeros, tan deseable como cualquier otro bien de consumo. (¡Por contraste, en nuestra cultura, la tele transporta al espectador a un paraíso de bienes de consumo extremadamente deseable!). La televisión de circuito cerrado o en directo no les pareció más sorprendente que un espejo, y el hecho de que el video no requiriera revelado no les interesa, por la simple razón de que no conocen el cine y su lento tratamiento en el laboratorio. El circuito cerrado y la exención de tratamiento, por tanto, no son ventajas inherentes al video, sino más bien en comparación con el cine; un proceso catalizador en nuestra cultura pero no en la de los Yanomami.
Desde mi primera llegada me dedique a grabar un vasto repertorio de chamanes contactando con los espíritus. De forma involuntaria mi tarea estética asumió un insospechado valor informativo, para los indígenas la cinta que yo grababa, les facilitaba un ojo de cerradura a través de los cuales podía ver sin ser vistos a chamanes distantes y, a veces, a sus enemigos, objetos de tantas sospechas – a menudo infundadas. Les fascinaba ver las cintas de los chamanes enemigos que yo había realizado en comunidades vecinas, que ellos no podían visitar sin ser atacados. Algo imposible era posible con el video: ver ese ser pavoroso, oír su voz e interpretando sus palabras, descubrir su conspiración con los espíritus. 

Esta función, la de un observador protegido acercándose a un sujeto peligroso (el chaman en acción) podría haber sido lograda por el cine, pero con un retraso de semanas; o mejor aún por una cinta de sonido tan sólo, puesto que el poder chamánico reside en las palabras cantadas, y solamente secundariamente en el gesto y la danza.

Dos jóvenes hombres Yanomami me acompañaron a pie por la jungla, en dirección a Karohi, comunidad vecina que estaba a unos noventa minutos de distancia. Ya que nos dirigíamos a su shabono, se adornan con plumas. Uno estaba armado con arco y flechas y el otro con una escopeta – los dos dispuestos a cazar, sus caras pintadas absortas. Seguimos el angosto camino que serpenteaba por la húmeda vegetación selvática, poblada de pájaros y animales cuyos cantos y huellas en las hojas atraían con frecuencia la atención de los oídos alerta de mis acompañantes.

Llegamos a un claro. El indígena que guiaba se había adelantado; durante un rato no habíamos podido verlo. Me sorprendió al emerger de repente, desde el denso bosque a mi derecha, apuntándome con una escopeta cargada, me estaba amenazando, repitiendo nerviosamente las preguntas: “¿Tienes miedo? ¿Eres feroz?”. En ese instante, ¡por suerte!, yo estaba grabando una cinta. Sujetando la cámara con mi
mano derecha, a través de ella observaba la selva y esos acontecimientos, con esa extraña irrealidad que el blanco y negro confiere al peligro. De forma instintiva apunté la cámara hacia mi asesino potencial como si ésta fuese una arma de fuego, con este gesto agresivo, esa amenaza imaginaria que nosotros los video creadores
utilizamos como advertencia de que la cámara también es un arma peligrosa, como si pudieran salir balas de los objetivos. Mirando aún por la cámara percibí un susurro detrás mío. Sin mover mis pies gire el torso desde la cintura, noventa grados hacia atrás y vi por el finder que el Yanomami que se había quedado atrás de mí estaba amenazando ahora seriamente con su arco doblado preparado para disparar. Entre los cazadores, me tenían cercado. Pero los indígenas también tomaron mi cámara por un arma peligrosa, y mientras yo los apuntaba hacia uno y otro alternativamente, se abstuvieron de aproximarse como temiendo que yo pudiese disparar. Sin embargo no cesaron de amenazar y poco a poco se estaban acercando. En todo caso, aunque la tensión se volvía insoportable, seguí resistiendo, sobre todo sin mostrar miedo. Tras
amenazarme durante mucho tiempo, bajaron sus armas y proseguimos nuestro camino.

¡Por suerte pude grabar un video de todo el episodio!

*Pauji cola blanca, espécimen domesticado del Craz alector (Cracidae), gran pájaro negro que suele llamarse por el nombre onomatopéyico baibaimi en imitación de su característico canto de apareamiento.