Diario

Juan Downey, “Tayeri”, (extractos de los diarios del artista), 1977. Ciertos términos que aparecen en itálicas tienen un significado específico en el texto original, ya sea del vocabulario Yanomami o del español hablado en Latinoamérica. Para arrojar luz en el uso de esos términos, diremos que “droga” se refiere al consumo ritual de drogas; “yopo” es una substancia alucinógena y sancochada” es una técnica culinaria.

Viernes 11 de Marzo, 1977

Si algo perdido ya para siempre pudiera volverse a perder; digamos la repérdida de una cosa aún no reencontrada – eso me sucedió a mí en el Alto Orinoco, perdí la fe al cuadrado. Antes, para perder la fe completamente me fue necesario ir al Vaticano para dejarme deslumbrar por el fastuoso lujo en que viven los Príncipes de la Iglesia, y constatar que el Cristo de los Pobres y sus enseñanzas han sido vilipendiados por el lujo burocráticamente protegido del Papado.

Ipso facto, yo ya había perdido la fe en esa Iglesia que en su comportamiento se asemeja más a una Compañía Transnacional que a la hermandad de justicia fundada por el dulce Jesús en el desierto de Judea. Hoy, ya no es necesario ir a Roma para comprender el engaño… La discrepancia es manifiesta en el Alto Orinoco, donde los Salesianos y The New Tribes Missions decapitan culturas, humillan indígenas, desraízan un mundo espiritual profundo y bello, fabrican infamias, reparten ropa vieja con las consabidas enfermedades que ésta acarrea. Los sacerdotes (o llamémoslos “sacerdotisas”, ya que su comportamiento hipócrita y felino nada tiene de viril) hacen de policías, y astutamente impiden la entrada a antropólogos o periodistas que pudieran defender al indio de las cristianas atrocidades, o simplemente ser testigos del crimen etnocida que cometen en el nombre de Cristo. Científicos (antropólogos, ecólogos, sociólogos) a menudo son expulsados del territorio por los oficiales del gobierno.

El caso de Bokosiwe, el vigilante que llegó a proponerme sus mujeres, incitado por los Padres Ramos y Bladé, es sólo un hilo de la telaraña minuciosamente tejida por la nariz enorme de la Hermana Nora, para precipitarme en un escándalo de sexo y drogas que ellos ya se aprestaban a denunciar, según me informaron los propios espías Yanomami.Los Salesianos no quieren testigos del etnocidio que cometen, sólo buscan cómplices; y aquél que ose considerar al indígena como un ser humano, será puesto en descrédito ante las autoridades.

ADVERTENCIA AL LECTOR

Donde dice Padre, debe decir Marica. Así como la traición es un defecto masculino, la hipocresía y la felinidad son defectos femeninos. Pero los Padres salesianos no son traidores, son felinos.

12 de marzo, 1977

Entonces, mi admiración por la sabiduría indígena es motivada por una ansiosa búsqueda de valores humanos primigenios. Un anhelo de quebrantamiento de los valores occidentales y propios; un deseo de calar hasta el hueso, de apartar nervio de arteria. Quiero la soledad y ésta me horroriza. ¿Qué significa el aislamiento? Ha llegado el tiempo de una difícil transformación, a fuerza del apartamiento del alcohol y de todo aquello que en nuestra civilización deforma la realidad. El comportamiento es la exteriorización de un ser que construyó para funcionar una

infraestructura, de la cual pasó a ser dependiente. Luego, esta infraestructura (objetos, condicionamiento social, cultural) pasa a determinar ese comportamiento que supuestamente debía sostener: los factores alteran su producto. Al alejarse uno de esa infraestructura, nuestro comportamiento se precipita en una ansiosa búsqueda de identidad. El primer apetito es el del diálogo con interlocutores que regeneraban dicho comportamiento; y, en general, se manifiesta en una voracidad por todo aquello que alimentaba la concepción que tenemos de nuestro propio ser. No es la percepción de otros ámbitos, otras personas, ni la de los vínculos o apertura hacia aquellos, lo que extrañamos, sino los reflejos – aunque deformes – de la propia identidad. El significado fundamental de la soledad es, pues, la ausencia de espejos. Los Yanomami buscan mi amistad, primeramente, porque yo les doy acceso a un sinnúmero de herramientas de acero, comestibles y medicinas: y muy en segundo lugar, porque les hago ver y escuchar documentos de su propia cultura. Tengo, por ejemplo, varios libros ilustrados sobre indígenas. Aquellos acerca de los Yanomami, los pueden gozar interminablemente, así mismo las transparencias y las cintas grabadas de otros chamanes. Los libros que se refieren a otros indígenas les aburren algo. Los video-tapes de otras sociedades no les despiertan mayor interés, a no ser por los objetos deseables que en ellas aparecen: guitarra, lancha a motor, escopeta.

La cinta de video no-Yanomami de más éxito es la de los Guahibos. Estos indígenas y su ambiente natural, siendo vecinos geográficos, les permiten, en cierta medida, una auto-identificación. Es, pues, evidente que lo que buscan en los medios de comunicación masiva es un catálogo de bienes de consumo y un reflejo de sí mismos. Yo salí de nuestra cultura, sobrealimentado de sombras propias, pero una vez que la memoria de éstas se agotó, las defensas están bajas, el ser mío débil, y anhelo la presencia de Marilys o, en su ausencia, la de algo o alguien que me asegure que todavía hay ciudades, barrios donde potenciales interlocutores míos se empeñan en proporcionar una síntesis simbólica de la experiencia estética. Tanto los Yanomami como yo crecemos en una dependencia de la radio, en la medida en que ésta mitiga la soledad al presentar ecos de mí mismo y una proliferación de bienes de consumo. Es pues ahora la larga espera de cualquier diminuto reflejo, ya que terminadas las baterías y los rollos fotográficos, no puedo hacer video, ni cintas de sonido, ni fotografías, trabajos que ciertamente me justificarían. El trabajo en la cultura nuestra, en la misma medida que es una justificación, es también una necesidad de interlocución, que también mitiga cualquier posible culpabilidad. Y esa culpabilidad es congénita de los occidentales y no del ser humano. Los Yanomami no sienten ningún resquemor a la flojera, sólo el hambre los mueve. Lo verdaderamente humano no es, pues, lo que hacemos para justificarnos, sino para satisfacer una necesidad tan directa como el hambre. ¿Cuáles son nuestras verdaderas hambres y no las adquiridas? ¿Es la búsqueda de sí mismo demasiado egoísta?

Sábado 12 de marzo, 1977

Hoy regresó Mashitowe. Su padre vino jubilante a anunciármelo cuando yo ya bajaba el barranco atraído por el ruido de la canoa a motor del servicio de Malariología. Yo ya había escuchado hacia rato el zumbido del motor, lo que me había dado tiempo de esconder libros, ponerme ropa de occidental, etc.…ya que un libro o la falta de camisa pueden, en el Territorio Federal Amazonas, levantar las más inusitadas sospechas entre los misioneros, y desatar un rosario de acusaciones e interrogatorios.

Este Yanomami recién regresaba de Caracas y trajo maleta nueva, radio, rifle, pantalones de New York y camiseta de Harlem. Al subir el río encontró a su padre que daba brinquitos de júbilo. El angosto sendero los obligó a una aproximación física; sin embargo, apenas cruzaron miradas y una vaga sonrisa. Se dirigió al shabono aún en silencio, ocupó una hamaca cerca de la de su madre y permaneció impermeable. Su hermana sollozaba con un niño pequeño, verdoso y jadeante, entre los brazos. Los chamanes con mocos colgantes, fuertemente “enyopados”, gesticulaban con los brazos extendidos. La madre del infante moribundo solloza, y aunque fatigada, la asiste para sostener al enfermo. Los chamanes la rodean y se alternan en el canto, con excepción del líder religioso, que describió a solas un círculo completo al shabono, exorcizando cada rincón, cambiando de lugar cada objeto. Al completar la vuelta, cerca de la hamaca del enfermo y bajo unas cáscaras de plátano, encontró una presencia invisible que, mediante gestos teatrales (mimo magistral), nos hizo real a los espectadores. Primero, sujetó este espíritu a la tierra, clavándolo con una ramita quebrada. Una vez que nos hubo explicado su naturaleza dañina, lo hizo abandonar el shabono, haciéndolo obedecer a esa ramita desde cierta distancia. El tipo de espectáculos que los chamanes Yanomami ofrecen es similar al Performance Art de calidad que se practica en ciertas capitales del mundo occidental. El chamanismo Yanomami trae a la mente el teatro definido por Artaud. El quehacer chamánico Yanomami obviamente opera o intenta operar en un nivel parapsicológico, al que Josef Beuys o Yvonne Rainier aspiran. Pero sus conexiones con la danza de vanguardia en New York, en la simplicidad de elementos, en el ritmo repetitivo y bruscamente quebrantado, son por lo menos formalmente parecidos. Hoy Bokotawe (el líder religioso) desplegó un acto de magia, con una admirable economía de objetos que nos hizo percibir la presencia de un sinnúmero de espíritus o de cuerpos virtuales, frente a los cuales desarrolló actividades de repulsión, expulsión y exterminio, en los cuales envolvió a los demás chamanes de esta comunidad, para describir con ellos una segunda vuelta de exorcismo del shabono, ésta, de teatro colectivo y más magistral aún que la primera. A todo esto, en el shabono, teatro de muchos niveles, acontecían otras realidades. Después de un breve descanso, el Yanomami que recién había regresado, procedió a quitarse su ropa estilo Harlem, para columpiarse en su hamaca luciendo su ropa interior: camiseta naranja y calzoncillos color amarillo. Más tarde comenzó a comunicarse con su hermano menor, que aún vive apegado a los brazos de su madre – los que terminó por abandonar por los cariños del recién llegado. Hoy debe ser domingo. Tengo gripe y una fiebre altísima. Se acabaron las aspirinas hace varias noches. Aunque la temporada seca ya vislumbra su fin con lluvias cada tres o cuatro días, el río sigue bajo y nadie remonta hasta tan arriba. No puedo dormir ni levantarme. ¿Tendré malaria? ¿Cuántos días pasarán antes del próximo bote? ¿Cuándo volverá Marilys? ¿Es que estoy definitivamente solo? ¿Soy abandonado?

Anoche soñé que me moría. Pero fue el niño enfermo quien murió. Parece ser un virus muy fuerte, y que no parecía debilitarse cuando aún nos quedaban aspirinas. Algunos Yanomami me culpan a mí de esta ola de resfríos por haber quemado mi basura. El humo es peligroso. El niño era hijo de Hebewe. Makokoiwe me despertó al amanecer. El Orinoco se destejía en vahos. Cazó una roedor de unas cuarenta libras de peso, preñada. El feto ya estaba por nacer, su madre alimentará a los amigos y pariente de Makokoiwe, incluso a mí; pero aunque la existencia del feto en el vientre del animal cazado es signo de buen augurio, Makokoiwe no probará de su carne so pena de convertirse en un mal cazador – prohibición ritual. El cazador orgulloso me hizo levantarme antes del sol y descender al río, pero él no tocó el animal. Makokoiwe tenía frío; hicimos fuego y café. Le encargó a un niño de diez o doce años cortar y limpiar el animal muerto. Este niño lo limpió meticulosamente, pero no habría de probar esa carne tampoco: no sólo el cazador debe obedecer a una prohibición ritual, sino también el carnicero. De esta manera los Yanomami comparten y distribuyen los bienes. El joven carnicero primero sumergió a la roedor recién muerta. Luego la puso cerca del fuego y con agua hirviente la afeitó por completo. Luego regresó al río donde abrió el vientre, extrajo el feto ya bien formado, introdujo hojas en el ano y limpió las entrañas llenas de excrementos. Subió la roedor cerca del fuego. La mitad posterior fue troceada y hervida. La parte delantera fue dejada cruda para más tarde ser ahumada y luego sancochada.

El shabono abandonado

El edificio circular fue comido por la hiedra y devorado por la niebla. La pudrición deshizo la estructura. El paraviento redondo, perforado por la lluvia, destejido y tumbado por vendaval y tormenta. Pájaros de cola fosforescente lo cruzan en su vuelo, y la plaza central que antes vio bailes circulares o desfiles de armamento adornados con plumas, es hoy poblado de arbustos, escondrijo de lagartos, claro en la selva que ya cicatriza. La foresta avanza y corrompe lo construido por manos de indio, que en su sabiduría buscaban una morada frágil para que el orden de la selva permaneciera intacto.